Basuras y escombros esculpen el yacimiento arqueológico de la Casa Blanca en la Pobla de Vallbona desde hace meses sin ningún tipo de intervención a la vista












             

                TICO DE VICENTE. 

                Son las 12 del mediodía de una jornada cualquiera del mes de junio. Un sol de justicia recibe a los visitantes mientras un aroma de estiércol, potenciado por el viento de poniente que se encarga de esparcirlo, se chamusca por el ambiente y nos indica la presencia cercana de una nave que se dedica a estos menesteres. Las hierbas altas se acomodan con algunas especies verdosas que proliferan sin control sobre una extensión de terrenos notable que corona el alto de la Casa Blanca. Desde la parte superior de la cima se atisba al fondo el casco urbano de la Pobla de Vallbona mientras giramos un ángulo de 90 grados y nos aparece la ciudad Edetana, Llíria, símbolo de las civilizaciones primigenias que han ocupado parte de nuestra historia. La Casa Blanca es un lugar emblemático, pero al mismo tiempo olvidado por el paso del tiempo y la indiferencia autóctona, un síntoma intrínseco de la sociología local. La geografía de la zona nos conduce a otros tiempos, cuando todavía se conservaban los restos de la antigua Casa Blanca, la histórica masía construida por los religiosos de la Cartuja de Porta-Coeli que ocupaba, originariamente, terrenos de miles de metros cuadrados de extensión.

             Tras el proceso de desamortización de Mendizábal, la conocida Casa Blanca pasó a ser propiedad de pequeños y medianos vecinos hasta que ya en el pasado siglo fue abandonada por completo. Finalmente, el edificio fue derribado por el ex alcalde Vicente Alba ante el peligro de derrumbe. Ni tan siquiera se pensó en restaurarla o recuperarla. Carpetazo a la historia de la localidad. Tres décadas después, mientras la masía está desaparecida, el ex alcalde da nombre a una céntrica plaza en la localidad aprobada por el partido del que formaba parte –el PP- con el beneplácito y aquiescencia del actual cuadripartido que lo consiente y continúa rindiéndole tributo.

             Un forastero nos inquiere sobre nuestra presencia. La ausencia desde lo lejos de ningún tipo de resto o monumento destacable le lleva a pensar que los visitantes del lugar traman algún tipo de historia oscura y abyecta. Pese a vivir tiempo en la zona, ignora la magnitud del pasado histórico de la Casa Blanca. Nada nuevo en el horizonte cultural. Ataviados con gorra para protegerse del sol, pantalón largo para evitar los hierbajos y con mangas cortas para aligerar el calor imperante, los visitantes se adentran en los intestinos del lugar: el yacimiento arqueológico incluido en el catálogo de bienes y espacios protegidos del plan general. La sorpresa no puede ser mayor. Plásticos, cartones, basuras, materiales de construcción, pasando por un baño completo –con bidet e inodoro incluido- hasta un par de colchones. En su alrededor, algún profiláctico de recuerdo de juergas pasadas. Noches de pasión bajo la luz de la luna. Ruedas de camión de grandes dimensiones pueblan la zona. De los restos arqueológicos no hay ni rastro. Cuesta vislumbrar o diferenciar las piedras antiguas inherentes a la masía de las neófitas.

             Fibrocemento

            Un torreón es el único recuerdo que todavía se puede diferenciar desde cierta distancia. La cisterna cuesta hallarla, solo la pericia de algún estudioso de los temas históricos y arqueológicos permite su localización. Su olvido es proporcional al grado de abandono, dejadez y silencio que ha sufrido a lo largo de las últimas décadas. Junto al mismo, unas uralitas de fibrocemento tóxico son algunos de los últimos recuerdos que algún desaprensivo ha depositado en el lugar. Todos los restos que colman el área son inflamables ante un posible incendio. Las altas temperaturas no son, precisamente, una barrera de contención. Alguna construcción cercana, al parecer habitada, tampoco parece que correría buena suerte. Un muro de la antigua masía recayente a la carretera no ha sufrido mejor destino. Roto, dañado y con escombros por sus alrededores. Un algarrobo de enormes dimensiones no ha sido, tampoco, un buen acompañamiento. Sus raíces se han adentrado por todas partes y han acelerado el proceso. La rotonda que se construyó en la zona hace ya unos años es el camino que toman los vehículos que pasan desde el casco urbano hacia las urbanizaciones. El paso por la Casa Blanca deja a muchos indiferentes. Es el resultado de la sociedad actual. El presente se engulle por completo al pasado que yace entre la indiferencia y el olvido. Nada nuevo, por cierto, en el horizonte. Son los nuevos tiempos.

 

Comentarios

  1. La zona conocida como Casa Blanca, tiene infinitas reseñas históricas que honran a la la Pobla de Vallbona. La primera es el ser el original camino entre Edeta y Arse. Posteriormente ser el nudo de comunicaciones en las direcciones de Edeta, Arse y Valentia. Dado que estas eran anteriores a la vías directas de Edeta Valentia en la conocida Vereda. Punto geográfico donde existe un pozo Airón de época edetana, considerado sagrado en dicha cultura.

    Siendo ya en época romana y durante las guerras de Sertorio cuando previo a la Batalla de la Buitrera, el vencedor pide su éxito y lo obtiene. Razón por la cual junto al pozo construye un monumental arco conmemorativo que se ve desde el mar de levante. Arco que perdura durante los tiempos visigodos, los islámicos, y tras ser tomados estos territorios por los templarios el rey Jaime I da a los cartujos que fundan Portaceli en el Ullen.

    Siendo estos cartujos los que edifican una casa rectangular quedando el arco romano en su centro. Edificio que mantiene el arco romano semi oculto durante siglos y siglos. Hasta que siendo alcalde Vicente Alba un viernes santo mientras en las iglesias se realizan los oficios religiosos, de forma oficial se dinamita todo el edificio. Posteriormente se desescombra y queda todo en una abandonada era.

    El arco de sillería de la fachada los amantes del patrimonio lo recuperarn y lo dan al ayuntamiento.

    Los sillares del arco romano yacen enterrados en un campo donde de relleno fueron a parar los escombros del edificio.

    Y si los anteriores gobernantes de la la Pobla de Vallbona fueron burros, los actuales no enmiendan, y no dan al lugar el merito que se merece recuperando su historia y realidad física.

    So. Andrés Castellano Martí.

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